
Curaduría de Gabriel Orozco
Ariel Schlesinger, Forensic Architecture, Minerva Cuevas, Petrit Halilaj, Robert Longo, Roman Ondak, Wilfredo Prieto, Zoe Leonard e invitados especiales
¿Por qué el socialismo? por Albert Einstein
"Innumerables voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana atraviesa una crisis, que su estabilidad se ha visto gravemente sacudida. Es característico de tal situación que los individuos se sientan indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Para ilustrar esta idea, contaré aquí una experiencia personal. Recientemente discutí con un hombre inteligente y bien dispuesto sobre la amenaza de otra guerra que, en mi opinión, pondría en serio peligro la existencia de la humanidad y le hice notar que solo una organización supranacional podría ofrecer protección frente a ese peligro. Entonces, mi interlocutor, muy calmadamente, me dijo: “¿Por qué está usted tan profundamente en contra de la desaparición de la raza humana?”
Estoy seguro de que hace apenas un siglo nadie hubiera hecho una afirmación de este tipo tan a la ligera. Es la declaración de un hombre que ha luchado en vano por alcanzar un equilibrio en su interior y ha perdido más o menos la esperanza de lograrlo. Es la expresión de una dolorosa soledad y aislamiento del que sufren tantas personas en estos días. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?
El hombre es, al mismo tiempo, un ser solitario y un ser social. El concepto abstracto de “sociedad” significa para el individuo humano el conjunto de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentir, esforzarse y trabajar por sí mismo; pero depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual y emocional— que es imposible concebirlo o comprenderlo fuera del marco de la sociedad. Es la “sociedad” la que proporciona al hombre el alimento, la ropa, la vivienda, las herramientas de trabajo, el lenguaje, las formas de pensamiento y la mayor parte del contenido del pensamiento; su vida es posible gracias al trabajo y a los logros de los millones de seres humanos pasados y presentes que se ocultan tras la pequeña palabra “sociedad”.
El tiempo —que, visto retrospectivamente, parece tan idílico— en que los individuos o grupos relativamente pequeños podían ser completamente autosuficientes, se ha ido para siempre. Es apenas una ligera exageración decir que la humanidad ya constituye ahora una comunidad planetaria de producción y consumo.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte por la competencia entre capitalistas y en parte porque el desarrollo tecnológico y la creciente división del trabajo favorecen la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de estos desarrollos es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no puede ser controlado eficazmente ni siquiera por una sociedad políticamente organizada de manera democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por partidos políticos, en gran medida financiados o influidos de otro modo por capitalistas privados que, en la práctica, separan al electorado del legislador. La consecuencia es que los representantes del pueblo no protegen de hecho suficientemente los intereses de los grupos desfavorecidos de la población.
La producción se lleva a cabo con fines de lucro, no de uso. No existe garantía de que todos los que estén dispuestos y sean capaces de trabajar encuentren siempre empleo; casi siempre existe un “ejército de desempleados”.
El progreso tecnológico con frecuencia resulta en más desempleo en lugar de aliviar la carga de trabajo para todos. El afán de lucro, junto con la competencia entre capitalistas, es responsable de la inestabilidad en la acumulación y el uso del capital, lo cual conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada lleva a un enorme desperdicio de trabajo y a esa mutilación de la conciencia social de los individuos de la que hablé antes.
Esa mutilación de los individuos considero que es el peor mal del capitalismo. Todo nuestro sistema educativo sufre de este mal. Se inculca al estudiante una actitud competitiva exagerada, y se lo entrena para adorar el éxito adquisitivo como preparación para su futura carrera.
Estoy convencido de que solo hay una manera de eliminar estos graves males, mediante el establecimiento de una economía socialista, acompañada de un sistema educativo orientado hacia fines sociales. En tal economía, los medios de producción son propiedad de la sociedad misma y se utilizan de manera planificada. Una economía planificada, que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo entre todos los que sean capaces de trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer y niño. La educación del individuo, además de promover sus capacidades innatas, intentaría desarrollar en él un sentido de responsabilidad hacia sus semejantes en lugar de la glorificación del poder y del éxito que impera en nuestra sociedad actual.
No obstante, es necesario recordar que una economía planificada aún no es socialismo. Una economía planificada como tal puede ir acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere la solución de algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, a la vista de la gran centralización del poder político y económico, evitar que la burocracia se vuelva todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden protegerse los derechos del individuo y con ello asegurarse de tener un contrapeso democrático al poder de la burocracia?
La claridad sobre los fines y problemas del socialismo es de la mayor importancia en nuestra época de transición, dado que, en las circunstancias actuales, la discusión libre y sin trabas de estos problemas ha caído bajo un poderoso tabú."
1949, MONTHLY REVIEW #1